En las últimas décadas del S.XVII entra en
crisis en Europa el denominado Antiguo Régimen. En este siglo, llamado también
Siglo de las Luces o de la Ilustración, se
revisará el orden establecido, con el afán de alcanzar un mundo más justo.
Triunfan la razón y la crítica, y frente al saber basado en la autoridad,
vigente en los siglos anteriores, se impulsará el método experimental y los
estudios fundados en el raciocinio. Se denomina Ilustración a esta nueva actitud, contraria a la del Barroco, cuyo
centro era el espíritu, y solo la virtud religiosa era digna de estima; ahora
la virtud se asocia con la utilidad. El ilustrado apuesta por la filantropía y
se preocupa por sus semejantes, proponiendo reformas en todos los ámbitos de la
vida social y cultural.
Frente a las monarquías absolutas, el barón
de Montesquieu defenderá las bases teóricas de la democracia moderna: la
separación de poderes. Estas teorías, de muy lento avance en España, tuvieron
su origen en Inglaterra, calando profundamente en Francia, donde fueron
recogidas en la Encyclopèdie (1765), de Diderot y D¨Alembert. El triunfo de
la Ilustración se halla ligado a los pensadores y ensayistas Montesquieu y
Voltaire.
En España, nos encontramos en la época del despotismo ilustrado de los
Borbones. Los vientos franceses de modernidad y progreso topan con la feroz resistencia
de los sectores más inmovilistas y conservadores de la sociedad española. No
obstante, van impregnando paulatinamente el marco político y cultural, hasta la
plenitud de la acción ilustrada en España, que corresponde al reinado de Carlos
III, quien implanta profundas transformaciones en el ámbito cultural y
educativo. Fundamental es el impulso de crear academias, tertulias y sociedades
científicas, destacando la de la Real Academia Española (1713), con el lema “Limpia, fija y da esplendor”; también,
la Biblioteca Nacional o el Museo del Prado. Los ilustrados españoles propugnaron
una educación universal y la regeneración del país a través de la ciencia y el
trabajo. Son los que revelan el sempiterno problema de España (su decadencia,
su ignorancia y el atraso histórico respecto a Europa), que luego explotarán
con ahínco los noventayochistas.
En el ámbito literario, hemos de distinguir entre tres etapas: la
lucha contra el Barroco, el Neoclasicismo y el Prerromanticismo. En los primeros años del siglo se critican
los excesos irracionales de la época barroca y su estilo. Destacan autores como Luzán, que, al modo
francés, pretende regular la literatura mediante reglas (Poética); Feijoo, que planteaba educar al vulgo (Teatro crítico universal); Francisco de Isla, jesuita que ridiculizó el
barroquismo de la oratoria sagrada; y Torres Villarroel, imitador de Quevedo en
vivos cuadros costumbristas, siendo su obra más interesante el relato de su Vida, escrita a modo de novela
picaresca.
Tras el conflicto con el estilo imperante en el siglo XVII, la cultura
grecolatina y renacentista reaparece. Irrumpe el Neoclasicismo, que, frente a
los contrastes abruptos del Barroco, busca el equilibrio, la armonía y la
proporción. En lo que a la temática concierne, el asunto más insistente es el
de las costumbres de la época, bien como una crítica (El sí de las niñas), como una mirada desde el exterior (Cartas marruecas), o bien como fábulas
de raíces clásicas (Iriarte y Samaniego). Sin embargo, el rasgo esencial es el
predominio de la razón sobre el sentimiento, siendo el estilo didáctico y la finalidad divulgativa.
En cuanto a los géneros cultivados, destacan
el ensayo y el teatro. El ensayo se convirtió en el predilecto para la difusión
de los principios de la Ilustración. La técnica fue diversa, desde la forma
epistolar, la autobiografía o las memorias hasta el informe y los libros de
viajes. Sus rasgos fundamentales son la subjetividad, la precisión y la
claridad expositiva y la variedad temática. Destacan Feijoo, Cadalso y
Jovellanos.
Feijoo fue el gran promotor del ensayo del
siglo XVIII. Con sus textos, pretendía educar al pueblo, en asuntos
de diversa índole, desde el intento de desmontar las falsas creencias
supersticiosas, en aras de combatir los errores culturales que se venían
arrastrando desde tiempos inmemoriales, hasta la censura de la ostentación y el
lujo de la Iglesia. Además, ayudó a la consolidación del Castellano como lengua culta al defender
su uso frente al latín, aún empleado en las universidades. Su estilo se
caracterizó por la sencillez, claridad y naturalidad. (Teatro crítico universal y
Cartas eruditas y curiosas).
Cadalso, paradigma de ilustrado culto y refinado, priorizó en su
temática las costumbres de los españoles y, para describirlas, se centró a
menudo en narraciones que ilustraban las situaciones de las que hablaba. Criticó la ignorancia, la frivolidad y la
desidia. Su obra fundamental es Cartas marruecas, en la que tres personajes se intercambian epístolas
que nos brindan una visión completa de la sociedad española desde perspectivas
heterogéneas, siguiendo
el modelo de Montesquieu.
Jovellanos, una de las figuras políticas y aristócratas ilustradas más
célebres, escribió poesía, teatro y ensayo. Sus importantes propuestas de
reforma van dirigidas a la clase pudiente y responsable de la política, no al
pueblo. Los temas que más le preocuparon
fueron los relacionados con los problemas de su sociedad: la educación, la
agricultura, la industria o las comunicaciones. Las obras que destacan son Informe
sobre la Ley Agraria y Memoria sobre espectáculos y diversiones
públicas. Sus escritos, todos en prosa, se caracterizan por su sencillez y
claridad, alejados de la literatura barroca que él consideraba extravagante.
En lo que atañe al teatro, en la primera mitad del siglo se prolonga
la producción de obras barrocas, en la que destacan dramaturgos como Cañizares
y Zamora. Ya en la mitad de la centuria, se advierte un giro hacia la dramaturgia
neoclásica, con Fernández de Moratín, seguidor de Molière, al frente. Este nuevo teatro se
caracteriza por el rescate de la clásica regla de las tres unidades (acción,
tiempo y espacio), el fin didáctico de los textos para fomentar el buen gusto y
un modo de pensar acorde con la razón, así como la presencia de pocos
personajes en la escena. Todo ello para evitar distracciones innecesarias por
parte del público.
Su obra al completo pertenece al subgénero de la comedia, que adopta
la norma clásica y la separación de lo cómico y lo trágico. Moratín destaca por
su estilo crítico e intelectual y su propósito de modificar las caducas costumbres
sociales y denunciar la hipocresía burguesa. Destacan, por un lado, las obras
escritas en verso El viejo y la niña, El
barón y La mojigata; por otro, en
prosa: La comedia nueva o el café y El sí de las niñas. Salvo en la primera (que critica el uso excesivo y
decadente del teatro barroco), todas sus obras tratan el tema de la libre
elección de matrimonio y la conveniencia de que los contrayentes tengan edades
semejantes, con un indiscutible carácter didáctico, rasgo propio del
Neoclasicismo. Su obra más importante es El
sí de las niñas, escrita en 1801 y estrenada en 1806 en el teatro de la
Cruz.
Otros dramaturgos dignos de mención son García de la Huerta (Raquel) y Ramón de la Cruz, creador de los sainetes, piezas breves,
inspiradas en la vida popular y castiza de Madrid (Las castañeras picadas y La
pradera de San Isidro).
Víctor Velasco Regidor
Profesor de Lengua Castellana y Literatura