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El Romanticismo literario del siglo XIX


La Revolución Francesa (1789) altera completamente el panorama social y político de la época, además de marcar la entrada en el siglo XIX, caracterizado por los grandes descubrimientos científicos y el auge del poder de la burguesía. En el ámbito cultural, junto con el liberalismo y los nacionalismos, nace el Romanticismo, movimiento literario, cultural y político que surge en la primera mitad del siglo XIX en Europa, distinguiéndose por el rechazo de la razón como medio para explicar la realidad. Es hora del subjetivismo y de nuevas formas de conocimiento, como la imaginación, el instinto o la intuición.

En España experimentó un desarrollo tardío y breve, debido al histórico y ancestral retraso de nuestro país, junto al cerril absolutismo de Fernando VII, que aplazó la llegada del nuevo movimiento hasta su muerte, en 1833. Desde ese momento y hasta 1850 la cultura se extiende en forma de tertulias por cafés y ateneos, ampliando notablemente sus fronteras, especialmente la literaria.

Esta corriente supone una actitud vital fundamentada en la libertad del individuo (el culto al yo), que persigue la felicidad, convertida en una meta inalcanzable, en un mundo adverso y hostil que conlleva el desasosiego y la tragedia. Destaca el predominio del sentimiento sobre la razón, en claro contraste con los ilustrados del siglo XVIII; así como el permanente conflicto entre la libertad  y la norma, que empuja al ser romántico a la soledad y la angustia. Un individuo con un espíritu idealista que colisiona con la angustiosa realidad, a la que esquiva cobijándose en lúgubres ambientes y paisajes tristes y melancólicos,  el crepúsculo o la noche.

 El Romanticismo también se caracteriza por la lucha por la justicia, la exaltación sentimental, el gusto por lo exótico y lo lejano, y el morbo por la violencia y la muerte como temas persistentes, además del interés por el pasado histórico de los pueblos y la naturaleza, empleada para manifestar los sentimientos y el estado anímico del autor.

Así pues, los rasgos distintivos del Romanticismo son el individualismo, el rechazo de la realidad mediante la rebeldía o la evasión a lugares exóticos y épocas lejanas, la defensa de la libertad, la importancia de la naturaleza y la belleza y el sentimiento nacionalista.

               
Los géneros más cultivados son el dramático y el lírico; ambos caracterizados por la reivindicación de la libertad creadora y la ausencia de reglas. El primero destaca por ser un género utilizado con gran maestría, la ruptura de las tres unidades clásicas, la mezcla de lo trágico y lo cómico, la combinación del verso y la prosa, la disposición de la acción en cinco o más actos, así como por el gusto por la temática con destino trágico para el personaje, la muerte y el amor apasionado, que está por encima de toda norma. El héroe del drama romántico posee un origen misterioso y vive en un mundo adverso con un sino trágico y trazado de antemano. Al mismo tiempo, aparece la heroína, ideal de belleza virtuosa, física y espiritual.


                La acción se desarrolla en un tiempo lejano, envuelta en misterio y rodeada de elementos fantásticos, con la clara intención de conmover, frente al didactismo ilustrado. La temática de los dramas presenta el choque entre el individuo y la hostilidad del entorno, abundando los conflictos en torno al amor y la libertad, sentimientos y anhelos que enfrentan al héroe con las normas sociales y que se resuelven en un final trágico.

Destaca el dramaturgo José Zorrilla, máximo representante del Romanticismo tradicional, que alcanzó gran popularidad y éxito a través de su extensa producción teatral (Don Juan Tenorio y A buen juez, mejor testigo); el duque de Rivas, que introdujo definitivamente la estética romántica en España (Don Álvaro o la fuerza del sino); Martínez de la Rosa (La conjuración de Venecia); y García Gutiérrez (El trovador).

                La lírica, en consonancia con el carácter romántico, rechaza toda norma, emplea la polimetría, experimenta nuevas formas o recupera el romance. En lo concerniente a los temas, son los sentimientos los que imperan, junto a la exaltación del amor, la libertad y la crítica social, sin olvidar el importante marco de la naturaleza, que acentúa el efecto de aislamiento y melancolía. El estilo se impregna de un alto grado de belleza plástica y colorido. Se muestran dos tipos de poesía romántica: la lírica intimista, de Bécquer y Rosalía de Castro, y la poesía narrativa, de Espronceda y Zorrilla.

               
Bécquer representa la corriente intimista y sentimental de la lírica romántica. En sus Rimas, observamos cómo la poesía se impregna de pureza, sencillez, intimismo y abandona los adornos. De éste arranca, en gran medida, la poesía española contemporánea, influyendo considerablemente en poetas posteriores como Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez o los miembros de la Generación del 27. En la misma línea estilística se sitúa Rosalía de Castro, que cosecha gran notoriedad con tres grandes poemas que evocan las costumbres, paisajes y gentes de Galicia con un tono nostálgico y melancólico (Follas novas).

                Espronceda, desde su carácter progresista y subversivo y su vehemente tono, trata asuntos amorosos y ensalza personajes marginales ya que en ellos advertía un símbolo de rebeldía (El estudiante de Salamanca y El diablo mundo). Luchó contra el régimen de Fernando VII, lo que le causó cárcel y exilio.

              
  En el ámbito literario de la prosa, destaca Larra, que intervino en política y se dedicó al periodismo, suicidándose a los veintisiete años. Redacta más de doscientos artículos en la prensa, con el seudónimo de Fígaro, en los que critica, a través de un hábil y sarcástico retrato, la realidad española. Estos artículos de diversa índole temática se caracterizan por poseer un estilo claro, transparente y expresivo, que influirá considerablemente en los autores de la Generación del 98, que tratarán el problema de España. La prosa de Larra destaca por ser toda una sátira mordaz contra el inmovilismo y la corrupción en España.

                Otros prosistas son el propio Zorrilla (Leyendas); Espronceda, con su novela histórica Sancho Saldaña o el castellano de Cuéllar; Bécquer, con sus Leyendas, breves narraciones donde se trata lo sobrenatural y lo exótico; y Mesonero Romanos (Manual de Madrid).




Víctor Velasco Regidor
Profesor de Lengua Castellana y Literatura
     












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