El
desarrollo del teatro anterior a 1936 se halla condicionado por los gustos del
público burgués, que eran de escasa exigencia. Los problemas sociales o
ideológicos y la renovación formal se hallaban fuera de sus intereses; por lo
que los autores han de escribir para un público que no comprende las
innovaciones estéticas o ideológicas. Es un teatro inmovilista, enquistado en
un público conservador y de escaso estímulo creativo, alejado de los
movimientos renovadores de la escena europea. Pese a ello, algunos autores
menos conformistas no se resignan e introducen en sus obras innovaciones
temáticas y formales frente al teatro cómico y de éxito comercial.
Lorca compatibiliza la concepción didáctica y social del teatro con un tratamiento estético muy elaborado y poético. Su trayectoria, trágicamente truncada por su vil asesinato, se puede resumir en tres fases: sus comienzos, en los años 20, con predominio del verso e influencia del simbolismo (Mariana Pineda y La zapatera prodigiosa), la experiencia vanguardista de sus comedias imposibles (Así que pasen cinco años y El público), y su etapa de plenitud en los años treinta, en la que compone dos tragedias y dos dramas de protagonistas femeninas y marginadas, ambiente andaluz y un prodigioso equilibrio entre lenguaje poético y lenguaje popular.
Así pues, tenemos dos vertientes: el teatro de éxito
comercial y el teatro innovador. El primero se caracteriza por estar destinado
a satisfacer las demandas del público; es un teatro costumbrista, cómico y melodramático,
con tradicionales técnicas y con el mero propósito de entretener los gustos de
la clase burguesa. Jacinto Benavente destaca en el subgénero de la comedia
burguesa, donde critica la situación de la mujer casada de la época (El nido ajeno) o crea dramas de ambiente
rural (La malquerida).
Como respuesta al teatro realista, surge el
teatro poético, escrito en verso, cercano al estilo modernista y de temática
histórica: Villaespesa (Doña María de
Padilla), Marquina (Las hijas del Cid)
y los hermanos Machado (La Lola se va a
los puertos). Al mismo tiempo,
florece el teatro cómico, en el que sobresalen Carlos Arniches, por sus
sainetes costumbristas de un Madrid pintoresco y popular (Doloretes); los hermanos Álvarez Quintero, con sus cuadros
costumbristas (El ojito derecho); y
Muñoz Seca, creador del subgénero del astracán, basado en disparatadas
situaciones (La venganza de don Mendo).
El teatro
innovador anterior a la Guerra hemos de analizarlo desde la perspectiva
noventayochista y desde la de la Generación del 27.
El teatro de la
Generación del 98 destaca por el teatro
filosófico de Unamuno (Fedra) y el teatro
vanguardista de Azorín (Angelita).
Sin embargo, es Valle-Inclán el dramaturgo más importante por su originalidad y
su talento creador, que nos ha dejado una obra dispuesta en cuatro etapas: el
ciclo modernista (El marqués de
Bradomín); el período mítico, donde destacan las Comedias bárbaras, una trilogía dramática en la que la Galicia
arcaica y feudal decae en un clima rural en el que destaca el tirano de Juan Manuel
Montenegro. A este período pertenece también Divinas palabras, pieza dramática que anuncia el esperpento.
Llama la atención el ciclo de la farsa, en el que se unen lo
grotesco y lo poético (La marquesa
Rosalinda); pero es la etapa del esperpento la culminación del teatro de
Valle, en la que destaca la trilogía Martes
de Carnaval y su primer esperpento: Luces
de Bohemia, donde se deforma sistemáticamente la realidad y se emplea lo
grotesco como forma de expresión en aras de criticar la sociedad de modo
burlesco y caricaturesco. Se mezcla lo trágico y lo cómico, se animalizan
personajes y se cosifica a la sociedad, en una atmósfera paródica, llena de
antítesis y maridada con la ingeniosa sátira que, desde una perspectiva
superior, realiza sin piedad de la realidad. De la técnica del esperpento surge
la visión que tiene Valle de España, como una deformación grotesca de
Occidente. A partir de ahí, lo que es visto como deforme (España) queda de
nuevo deteriorado sobre la escena: el realismo como principio estético queda de
tal modo totalmente superado. El esperpento no es sólo una forma literaria
creada y desarrollada por Valle-Inclán o la culminación de su producción
teatral. Se trata, más bien, de una verdadera cosmovisión del mundo y la
realidad.
El
teatro del 27 se caracteriza por la búsqueda de una mayor
aproximación de la cultura al pueblo, creando compañías como La Barraca, dirigida por Lorca.
Asimismo, se persigue una depuración del teatro poético y se aplican técnicas
vanguardistas. Destacan Alberti (El
hombre deshabitado) y Alejandro Casona (Nuestra
Natacha), pero es Federico García Lorca el autor más representativo de la
dramaturgia del momento, con un tema central en sus obras: el conflicto entre
deseo y realidad y entre la autoridad y la libertad, siendo las mujeres los
personajes más representativos. Es por tanto la frustración el tema que da
unidad a las obras lorquianas, en las que el autor lleva a escena el destino
trágico y las pasiones condenadas a la soledad o la muerte.
Lorca compatibiliza la concepción didáctica y social del teatro con un tratamiento estético muy elaborado y poético. Su trayectoria, trágicamente truncada por su vil asesinato, se puede resumir en tres fases: sus comienzos, en los años 20, con predominio del verso e influencia del simbolismo (Mariana Pineda y La zapatera prodigiosa), la experiencia vanguardista de sus comedias imposibles (Así que pasen cinco años y El público), y su etapa de plenitud en los años treinta, en la que compone dos tragedias y dos dramas de protagonistas femeninas y marginadas, ambiente andaluz y un prodigioso equilibrio entre lenguaje poético y lenguaje popular.
Bodas de sangre (1933) representa
una historia de pasión y venganza con base real, la tragedia del amor imposible
en una obra que fusiona el realismo y la poesía; Yerma (1934) muestra el
drama de la mujer infecunda, la esterilidad forzada y la maternidad frustrada; Doña
Rosita la soltera (1935) habla sobre la espera inútil del amor en un
ambiente provinciano; finalmente, La casa de Bernarda Alba (1936)
denuncia, a través de un simbolismo deslumbrante, el opresivo peso del autoritarismo
y la moral tradicional sobre las mujeres: unas hermanas que soportan
sumisamente un prolongado luto bajo la autoridad de su madre, garante de las
apariencias que exige su moral tradicional.
Cabe destacar al
poeta del pueblo, Miguel Hernández, que escribió pequeñas piezas de compromiso
social y político, compuestas para ser representadas en el frente de guerra y
que fueron reunidas bajo el título “Teatro
de guerra”. Por otro lado, Poncela se propuso renovar
la risa, alejándose del chiste fácil e introduciendo lo inverosímil e indagando
en lo extraordinario (Eloísa está debajo
de un almendro).
Víctor Velasco Regidor
Profesor de Lengua y Literatura Castellana