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Comentario de texto de LA CELESTINA

ACTO XIX


Calisto yendo con Sosia y Tristán al huerto de Pleberio a visitar a Melibea, que le estaba esperando, y con ella Lucrecia, cuenta Sosia lo que le acontesció con Areusa. Estando Calisto dentro del huerto con Melibea, viene Traso y otros, por mandado de Centurio a cumplir lo que había prometido a Areusa ya Elicia, a los cuales sale Sosia; y oyendo Calisto, desde el huerto donde está con Melibea, el ruido que traían, quiso salir fuera; la cual salida fue causa que sus días fenesciesen, porque los tales este don reciben por galardón; y por esto han de saber desamar los amadores.

CALISTO

Vencido me tiene el dulzor de tu suave canto; no puedo más sufrir tu penado esperar, ¡oh mi señora y mi bien todo! ¿Cuál mujer podía haber nascido, que desprivase tu gran merescimiento? ¡Oh salteada melodía! ¡Oh gozoso rato! ¡Oh corazón mío! ¿Y cómo no podiste más tiempo sofrir sin interrumper tu gozo y cumplir el deseo de entrambos?

MELlBEA

¡Oh sabrosa traición! ¡Oh dulce sobresalto! ¿Es mi señor y mi alma? ¿Es él? No lo puedo creer. ¿Dónde estabas, luciente sol? ¿Dónde me tenías tu claridad escondida? ¿Había rato que escuchabas? ¿Por qué me dejabas echar palabras sin seso al aire con mi ronca voz de cisne? Todo se goza este huerto con tu venida. Mira la luna, cuán clara se nos muestra; mira las nubes cómo huyen. Oye la corriente agua desta fontecica, ¡cuánto más suave murmurio y rucio lleva por entre las frescas yerbas! Escucha los altos cipreses, ¡cómo se dan paz unos ramos con otros por intercesión de un templadico viento que los menea! ¡Mira sus quietas sombras! ¡Cuán escuras están y aparejadas para encubrir nuestro deleite! Lucrecia, ¿qué sientes, amiga? ¿Tórnaste loca de placer? Déjamelo, no me le despedaces, ni le trabajes sus miembros con tus pesados brazos; déjame gozar de lo que es mío, no me ocupes mi placer.

CALISTO

Pues, señora y gloria mía, si mi vida quieres, no cese tu suave canto, no sea de peor condición mi presencia con que te alegras, que mi ausencia, que te fatiga.

MELlBEA

¿Qué quieres que cante, amor mío? ¿Cómo cantaré, que tu deseo era el que regía mi son y hacía sonar mi canto? Conseguida tu venida desaparecióse el deseo; destemplóse el tono de mi voz. Y pues tú, señor, eres el dechado de cortesía y buena crianza, ¿cómo mandas a mi lengua hablar, y no a tus manos que estén quedas? ¿Por qué no olvidas estas mañas? Mándalas estar sosegadas y dejar su enojoso uso y conversación incomportable. Cata, ángel mío, que así como me es agradable tu vista sosegada, me es enojoso tu riguroso trato: tus honestas burlas me dan placer, tus deshonestas manos me fatigan cuando pasan de la razón. Deja estar mis ropas en su lugar, y si quieres ver si es el hábito de encima de seda o paño, ¿para qué me tocas en la camisa? Pues cierto es de lienzo. Holguemos y burlemos de otros mil modos que yo te mostraré, no me destroces ni maltrates como sueles; ¿qué provecho te trae dañar mis vestiduras?

CALISTO

Señora, el que quiere comer el ave, quita primero las plumas.

LUCRECIA

(Mala landre me mate, si más los escucho. ¿Vida es ésta? ¡Que me esté yo deshaciendo de dentera, y ella esquivándose por que la rueguen! Ya, ya, apaciguado es el ruido; no hubiero menester despartidores. Pero tan bien me lo haría yo, si estos nescios de sus criados me hablasen entre día; pero esperan que los tengo yo de ir a buscar).

MELIBEA

Señor mío, ¿quiéres que mande a Lucrecia traer alguna colación?

CALISTO

No hay otra colación para mí, sino tener tu cuerpo y belleza en mi poder. Comer y beber donde quiera se da por dinero: y cada tiempo se puede haber, y cualquiera lo puede alcanzar; pero lo no vendible, lo que en toda la tierra no hay igual que en este huerto. ¿cómo mandas que se me pase ningún momento que no goce?

LUCRECIA

(Ya me duele a mí la cabeza de escuchar, y no a ellos de hablar, ni los brazos de retozar, ni las bocas de besar. Anda, ya callan; a tres me paresce que va la vencida).

CALISTO


Jamás querría, señora, que amanesciese, según la gloria y descanso que mi sentido rescibe de la noble conversación de tus delicados miembros.

MELIBEA

Señor, yo soy la que gozo, yo la que gano: tú, señor, el que me haces con tu visitación incomparable merced.

SOSIA

¿Así, bellacos, rufianes, veníades a asombrar los que no os temen? Pues yo juro que si esperardes, que yo os hiciera ir como merescíades.

CALISTO

Señora, Sosia es aquel que da voces: déjame ir a verlo, no le maten, que no está sino un pajecico con él. Dame presto mi capa, que está debajo de tí.

MELIBEA

¡Oh triste de mi ventura! No vayas allá sin tus corazas: tómate a armar.

CALISTO

Señora, lo que no hace espada y capa y corazón, no lo hacen corazas y capacete y cobardía.

SOSIA

¿Aun tornáis? Esperad, quizá venís por lana.

CALISTO


Déjame, por Dios, señora, que puesta está el escala.

MELIBEA

¡Oh desdichada yo! ¿y cómo vas tan recio y con tanta priesa y desarmado a meterte entre quien no conosces?

TRISTÁN

Tente, señor, no bajes, que idos son; que no era sino Traso el cojo y otros bellacos que pasaban voceando, que ya se torna Sosia. Tente, tente, señor, con las manos en la escala.

CALISTO

¡Oh, válame Santa María! ¡Muerto soy! ¡Confesión!

TRISTÁN

Llégate presto, Sosia, que el triste de nuestro amo es caído de la escala, y no habla ni se bulle.

SOSIA

¡Señor, señor! ¡A esotra puerta! ... ¡Tan muerto es como mi abuelo! ¡Oh gran desventura!

LUCRECIA

¡Escucha, escucha! ¡Gran mal es éste!

MELIBEA

¿Qué es esto que oigo?, ¡amarga de mí!

TRISTÁN

¡Oh mi señor y mi bien muerto! ¡Mi señor despeñado! ¡Oh triste muerte sin confesión! Coge, Sosia, esos sesos de esos cantos, júntalos con la cabeza del desdichado amo nuestro. ¡Oh día aciago! ¡Oh arrebatado fin!

MELIBEA

¡Oh desconsolada de mí! ¿Qué es esto? ¿Qué puede ser tan áspero acontescimiento como oigo? Ayúdame a subir, Lucrecia, por estas paredes, veré mi dolor; si no, hundiré con alaridos la casa de mi padre. ¡Mi bien y placer, todo es ido en humo! ¡Mi alegría es perdida! ¡Consumióse mi gloria!




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