Se
trata pues de un panorama desolador, el de los años cuarenta, una época en la
predomina el realismo por ser el estilo idóneo para narrar la situación social,
desde una perspectiva personal y existencial, ya que la censura imposibilitaba
cualquier intento de denuncia o crítica. A veces, la novela deriva en tendencias
como el tremendismo, con una visión pesimista y trágica, con la soledad o la
inadaptación social como temas y los marginados y angustiados como personajes. Destaca La
familia de Pascual Duarte, de Cela; Nada,
de Carmen Laforet; y La sombra del ciprés
es alargada, de Delibes. En el exilio, son Ramón J. Sender (Réquiem por un campesino español), Ayala
(Muertes de perro) o Rosa Chacel (La sinrazón) los que realizan la labor
crítica de aquella España.
En
los años 50, se da en el país cierto aperturismo internacional y la censura se relaja, incidiendo en la literatura. La colmena, de Cela, por su costumbrismo crítico y
por reflejar la sociedad de la inmediata posguerra, es un precedente de la
novela social.
Se observan dos grandes tendencias: el
neorrealismo y la novela social. El primero
se centra en los problemas del hombre como ser individual, como la soledad y la
frustración, donde destacan Ana María Matute (Los hijos muertos), Ignacio Aldecoa (El fulgor y la sangre), Rafael Sánchez Ferlosio (El
Jarama) y Carmen Martín Gaite (Entre
visillos). Por otro lado, la novela
social se ocupa de los problemas de los grupos sociales, en la que resalta
Juan Goytisolo, por ser el novelista social más importante (El mañana efímero). También destacan Jesús
Fernández Santos (Los bravos) y Juan
García Hortelano (Nuevas amistades).
El
tema central de la novela es la propia sociedad española: la dureza de la vida
en el campo, las dificultades de la transformación de los campesinos en
trabajadores industriales; la explotación del proletariado y la nimiedad de la
vida burguesa. El estilo es sencillo, tanto en el lenguaje como en la técnica
narrativa, procurando así llegar a un amplio público, y los contenidos comprometidos
o críticos cobran importancia. Paralelamente, destacan otros autores sin
tendencia determinada como Torrente Ballester (Los gozos y la sombras) o
Cela, que se distingue por la riqueza de su léxico y el hábil manejo de la hipérbole
(Viaje a la Alcarria).
En
estos años, es Miguel Delibes quien, con su amplia producción literaria,
destaca sin ninguna duda (El camino y Las
ratas).
Ya
en los años 60, el agotamiento de la novela social provoca el comienzo de una
renovación ideológica y estética. Los jóvenes impulsan movimientos sociales y
culturales que cuestionan a las generaciones anteriores, intentando que el país
comenzara a salir de su aislamiento, lo que se reflejó en la novela. Por tanto
se inicia una nueva etapa que rompe con el realismo anterior. Tiempo de silencio, de Luis Martín
Santos es la obra que marca la línea divisoria entre las dos formas. Una novela
caracterizada por sus innovaciones técnicas, el monólogo interior, el
perspectivismo o la subjetividad del autor a la hora de interpretar y narrar
los hechos.
La
novela experimental atraviesa su momento de esplendor en los años 70, debido a la influencia extranjera, sobre
todo la de la narrativa hispanoamericana (Cien
años de Soledad, de García Márquez, y La
ciudad y los perros, de Vargas Llosa). Es frecuente la estructura compleja,
el empleo de varias perspectivas narrativas, así como el predominio de la forma
y el enfoque sobre el fondo. La investigación técnica fue prioritaria para los
escritores de este período y afectó a todos los aspectos narrativos, como los
personajes o la acción. Destacan las novelas de Delibes (Cinco horas con Mario), Juan Marsé (Últimas tardes con Teresa) y Juan Goytisolo (Señas de identidad).
En
estos últimos años del franquismo coexisten los autores de la posguerra (Cela y
Delibes) con los representantes del realismo social (Goytisolo y Martín Gaite),
junto con los nuevos (Juan Benet).
Víctor Velasco
Profesor de Lengua y
Literatura Castellana