En los últimos años de la
década de los setenta, acontecen profundos cambios que marcan el desarrollo de
la reciente historia de nuestro país. La muerte de Franco y de su régimen y la
transición a la democracia trajeron consigo el restablecimiento de la libertad,
la vuelta de los exiliados, la legalización de los partidos y sindicatos, la
aprobación de una nueva Constitución y la llegada al poder del PSOE en 1982 y,
con éste, la modernización social y económica de España y la definitiva y
anhelada apertura a Europa y al mundo. Todo ello repercute positivamente en la
creación literaria, alejada ya de las ataduras de la censura. Junto a los
cambios políticos, surgen los sociales. La visión del mundo se hace más
escéptica y se tiende a un mayor individualismo, el consumo y el hedonismo.
La
producción novelística se intensifica, dejando de responder a rasgos comunes y
surgiendo una gran variedad de modelos y temáticas. No obstante, observamos
características frecuentes: vuelve el interés por la historia y se retorna a la
subjetividad; el relato adquiere un argumento trabado y lógico, centrado en la
narración lineal de los hechos; los temas se ciñen a los problemas
individuales; y la trama se impregna de intriga en aras del deleite del lector.
En
los ochenta conviven en España varias generaciones: la del 36, con Torrente
Ballester, Cela y Delibes; la de los 50, representada por Juan y Luis
Goytisolo, Juan Benet, Carmen Martín Gaite y Juan Marsé; la Generación del 68,
con Vázquez Montalbán, Millás y Eduardo Mendoza; y, finalmente, la promoción de
los 80, con autores hoy consagrados como Antonio Muñoz Molina, Julio
Llamazares, Arturo Pérez Reverte, Rosa Montero y Almudena Grandes.
La
coexistencia de escritores de varias generaciones y la plena libertad creadora
conlleva el cultivo de un heterogéneo abanico de tendencias narrativas. Una de
las que indican el camino de la modernidad es la metanovela, en la que se relata un suceso y su proceso de creación.
En este ámbito, son representativos José María Merino (La orilla oscura) y Juan José Millás (El desorden de tu nombre).
Otra
de las tendencias es la novela lírica,
que centra el interés en el texto y la calidad formal. Aquí se sitúan Francisco
Umbral (Mortal y rosa) y Julio
Llamazares (La lluvia amarilla). El
relato de aprendizaje cobra importancia, así como las memorias y la
autobiografía. Todo ello observable en Todas
las almas y Corazón tan blanco,
de Javier Marías. Un lugar especial lo ocupa
Los santos inocentes, de Miguel Delibes, donde se denuncia la injusticia
social, el analfabetismo y la sumisión, basada en el vasallaje.
Y
una de las tendencias que más contribuyó a la recuperación de la narrativa en
los años 80 fue la novela histórica.
Plantea el recuerdo de hechos pasados desde distintos puntos de vista: la
visión imaginaria, la proyección real del pasado o el aprovechamiento de la
historia con el fin de indagar en ella. Destaca Miguel Delibes, con El hereje.
El
siglo XIX, por su agitada historia, es el marco preferido de muchas novelas (El maestro de esgrima, de Pérez
Reverte); y también el siglo XX, sobre todo la primera mitad. Ejemplo de ello
es La verdad sobre el caso Savolta,
de Eduardo Mendoza, quien combina técnicas de la novela histórica y policiaca
para reflejar con realismo el clima de gran tensión social de los años 20 en
Barcelona, donde se enfrentaba el anarquismo obrero con el pistolerismo
patronal. Asimismo, destaca por El
misterio de la cripta embrujada.
En
los últimos años, son frecuentes las novelas históricas contextualizadas en la Guerra Civil y la interminable posguerra, como Soldados de Salamina, de Javier Cercas; La voz dormida, de Dulce Chacón; Los girasoles ciegos, de Alberto Méndez; La lengua de las mariposas, de Manuel Rivas; y Las tres bodas de Manolita, de Almudena Grandes.
En
lo concerniente a la novela de intriga,
es Manuel Vázquez Montalbán el autor más representativo, por sus novelas negras
protagonizadas por el detective Pepe Carvalho (Asesinato en el comité central), en las que realiza una acertada
crónica social y política de España. Otro de los autores consagrados en este
ámbito es el académico Antonio Muñoz Molina, cuyas obras se basan en
intrigantes tramas (Invierno en Lisboa
y Plenilunio).
Reputados
novelistas han sido hasta finales del siglo XX y en la inmediata actualidad
muchos de ellos. Destacan:
José
Luis Sampedro, economista y
humanista, símbolo del compromiso intelectual y ciudadano, era miembro de la
RAE y prestigioso ensayista. Destaca por La
sonrisa etrusca y La vieja sirena.
Francisco
Umbral, periodista y ensayista,
destacó por la gran creatividad expresiva y una peculiar sintaxis narrativa,
junto a la gran carga irónica de sus relatos. De su extensa producción, cabe
citar Memorias de un niño de derechas
y Las señoritas de Avignon.
Juan
José Millás, escritor y columnista
periodístico, es uno de los actuales referentes de la narrativa española. Como
novelista, centra su interés en la psicología de los personajes y el análisis
de sus emociones. Entre sus obras, destacan Papel
mojado, El mundo y La mujer loca.
Javier
Marías, escritor y académico, ha
sido galardonado con numerosos premios internacionales. Su narrativa se inició
bajo la influencia de la cultura de masas, del cine y de la novela negra.
Destaca por las novelas de personajes, en la que recurre a un narrador
protagonista y mezcla el relato con la reflexión. Sus principales obras son Todas las almas, Corazón tan blanco y la trilogía Tu rostro mañana.
El
académico Arturo Pérez Reverte,
antiguo periodista de guerra, se incorpora al mundo de la novela, centrando sus
gustos formales en el dinamismo de la estructura narrativa y en la aventura y
la acción. Sus relatos suelen enmarcarse en épocas históricas, de los que
destaca La tabla de Flandes, La carta
esférica y la serie del Capitán
Alatriste.
Luis
Mateo Díez resalta por la trilogía El reino de Celama y otras novelas como La fuente de la edad y Camino de perdición. Soledad Puértolas se dio a conocer con El bandido doblemente armado, novela en
la se observa un estilo plagado de sencillez y melancolía, como en Todos mienten y Queda la noche.
Otros
muchos autores engrosan la amplísima cosecha de los últimos tiempos. Rosa Montero, con Te trataré como a una reina; Almudena
Grandes, con El corazón helado; Julio Llamazares, con El río del olvido; Manuel Vicent, con Tranvía a
la Malvarrosa; y Félix de Azúa,
con Demasiadas preguntas.